No seré yo quien desmenuce la historia de este templo, que surgió en la primera mitad del S. XI, al amparo de la casa real, y que se conformó definitivamente hacia 1072, en románico pleno, con el apoyo del ayo del rey Sancho Ramírez, conde de Larrosa (pueblecito cercano a Ella). Para eso hay muy buenos manuales y libros, y también páginas web., como la de Románico Aragonés.org, o la de la Asociación Sancho Ramírez, que con mimo la cuida y permite, al menos en verano, que se pueda visitar con todo lujo de detalles.
Pero sí que se puede decir que todo aquel que la descubre, sea por primera vez, o por segunda o por tercera, siente como cambia su vida. Como la calma le invade, maravillándose ante la perfección con la que los maestros del románico la construyeron en mitad de la nada, pues su acceso aún hoy es algo complejo. Y se pregunta cómo se ha mantenido en pie hasta la creación de la Asociación citada. Pues la incuria de los tiempos y las inclemencias del clima han hecho que el entorno quede deshabitado.
A todos los que lean esta entrada, recomiendo fehacientemente que caminen a la ermita de Iguácel cuando tengan ocasión. Les aseguro que quedarán gratamente sorprendidos. Y quiero enviarles otro mensaje. Respeten el patrimonio histórico-cultural, hagan todo lo posible por analizarlo a fondo, por muy ardua que sea esa tarea. Los resultados son gratificantes, pues sólo así podrán llegar a autoconocerse para encarar el porvenir. Y es que la piedra base para un buen futuro es nuestro pasado