Continuemos caminando, ¿no os parece?. Va siendo hora de ir a otro de los lugares con encanto de Aragón; pese a estar hoy día dentro de sus límites, durante siglos este enclave fue un señorío independiente de cualquier gobernante, ya fuese islámico o cristiano. Como podrá suponer mi querido lector, la próxima estación será Albarracín.
Próxima a Cuenca y Guadalajara, con las que ha mantenido una fluída convivencia, sus primitivos moradores, las gentes del postpaleolítico (perdón a los historiadores), supieron aprovecharse de un exuberante enclave, rico en recursos naturales. A ellos les siguieron los romanos y visigodos, transformándola para bien, como queda patente en el nombre de Santa María de Levante. Todo ello sería aprovechado por los Banu-Razin, quienes harían aún más interesante su historia, otorgándole su nombre actual, al punto de convertirse en la única localidad traspasada al mundo cristiano de modo pacífico. Los Azagra, hasta el S. XIV mantuvieron este lugar lejos de las apetencias de aragoneses, navarros y castellanos, dotándolo de un fuero propio y haciéndolo cabeza visible de una comunidad de aldeas, aún hoy mantenida.
El S. XVI sería también espléndido, con el comercio de la lana y la madera, truncándose su expansión con Felipe II el "Prudente", y ya en el XVIII con los Borbones. Se iniciaba así una decadencia que abarcaría hasta mediados del XX, donde Albarracín fue testigo de inhumanas guerras (Independencia, Carlistas, Civil), martilleando incesantemente a sus moradores.
Este es el pasado, pero el presente se escribe de un modo, porque esta villa ha surgido como el Ave Fénix. Un espectacular patrimonio, desde sus abrigos rupestres a sus museos, pasando por sus obras de ingeniería romanas, urbanismo y murallas medievales, casas, palacios e iglesias de la edad moderna, y unas gentes amables, que acogen a todo aquel que decide visitarla, velando por mantenerla y legarla a las generaciones futuras, la convierten en una joya de la civilización universal. Y precisamente en ese porvenir, la fundación Santa María tiene un papel de primer orden, trabajando incesantemente, no sólo por proteger su patrimonio, sino por desarrollar una labor sostenible, donde historia, arte y medio ambiente sirvan para que Aquella alcance, por qué no, el título de Patrimonio de la Humanidad; y, fundamentalmente, lograr que la comarca de la que es capital no se hunda por la despoblación y el desempleo.
Y es que el cometido de la sociedad actual es seguir este modelo, trabajar unida en pro de una convivencia pacífica, donde se respeten las reliquias pretéritas, naturaleza y nuestros semejantes. Y para ello es necesario viajar, conocer y amar profundamente las tradiciones, por ejemplo, visitar, como dijo Azorín, una de las ciudades más bonitas de España, visitar Albarracín.
Próxima a Cuenca y Guadalajara, con las que ha mantenido una fluída convivencia, sus primitivos moradores, las gentes del postpaleolítico (perdón a los historiadores), supieron aprovecharse de un exuberante enclave, rico en recursos naturales. A ellos les siguieron los romanos y visigodos, transformándola para bien, como queda patente en el nombre de Santa María de Levante. Todo ello sería aprovechado por los Banu-Razin, quienes harían aún más interesante su historia, otorgándole su nombre actual, al punto de convertirse en la única localidad traspasada al mundo cristiano de modo pacífico. Los Azagra, hasta el S. XIV mantuvieron este lugar lejos de las apetencias de aragoneses, navarros y castellanos, dotándolo de un fuero propio y haciéndolo cabeza visible de una comunidad de aldeas, aún hoy mantenida.
El S. XVI sería también espléndido, con el comercio de la lana y la madera, truncándose su expansión con Felipe II el "Prudente", y ya en el XVIII con los Borbones. Se iniciaba así una decadencia que abarcaría hasta mediados del XX, donde Albarracín fue testigo de inhumanas guerras (Independencia, Carlistas, Civil), martilleando incesantemente a sus moradores.
Este es el pasado, pero el presente se escribe de un modo, porque esta villa ha surgido como el Ave Fénix. Un espectacular patrimonio, desde sus abrigos rupestres a sus museos, pasando por sus obras de ingeniería romanas, urbanismo y murallas medievales, casas, palacios e iglesias de la edad moderna, y unas gentes amables, que acogen a todo aquel que decide visitarla, velando por mantenerla y legarla a las generaciones futuras, la convierten en una joya de la civilización universal. Y precisamente en ese porvenir, la fundación Santa María tiene un papel de primer orden, trabajando incesantemente, no sólo por proteger su patrimonio, sino por desarrollar una labor sostenible, donde historia, arte y medio ambiente sirvan para que Aquella alcance, por qué no, el título de Patrimonio de la Humanidad; y, fundamentalmente, lograr que la comarca de la que es capital no se hunda por la despoblación y el desempleo.
Y es que el cometido de la sociedad actual es seguir este modelo, trabajar unida en pro de una convivencia pacífica, donde se respeten las reliquias pretéritas, naturaleza y nuestros semejantes. Y para ello es necesario viajar, conocer y amar profundamente las tradiciones, por ejemplo, visitar, como dijo Azorín, una de las ciudades más bonitas de España, visitar Albarracín.